Aquel chico había
sido cocinado con demasiada vainilla, echado a perder. Y aquel otro tenía
exceso de azúcar, muy empalagoso. Ese de allá no tenía leche y estaba
extremadamente seco y el que pasa diario por mi casa, cantando fuerte para
llamar mi atención no le habían puesto levadura, enclenque.
Comenzaba a
desesperar y a pensar que las reposteras de la ciudad no habrían cocinado
(educado) a un chico para mí, cuando, de pronto, en una pastelería ajena, una
cocinera había preparado su pastelillo con las medidas exactas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario